Por su renovada actualidad os hacemos llegar está ponencia del profesor Guzmán Carriquiry, realizada en mayo de 2010 como Subsecretario del Pontificio Consejo para los Laicos, sobre la formación de los fieles laicos en el compromiso político. Creemos que es una reflexión muy oportuna y que arroja algo de luz sobre este polémico tema. ¿Cómo formar a los fieles para que jueguen su papel en la arena política?
El profesor Carriquiry comienza constatando como un hecho la creciente desproporción entre la mayor participación de los laicos en vida eclesial y su menor presencia en la vida pública. Hay que alegrarse por lo primero, pero no podemos ser indiferentes a lo segundo, más aún cuando es un deber inmediato de los laicos actuar a favor de un orden justo en la sociedad.
Ciertamente, no faltan católicos implicados y con responsabilidad en la sociedad civil, en diversas estructuras y organizaciones intermedias, incluso en responsabilidades de alta política, pero parece que su identidad católica queda desdibujada fácilmente ante otras identidades que debían ser secundarias en temas esenciales. Por lo tanto, el déficit real se encuentra en la identidad personal de los fieles laicos.
La Iglesia, en consecuencia, no debe formar políticos, debe formar cristianos. “Hombres y mujeres nuevos, cada vez más configurados en Cristo, con-formados a Él, en la comunión de sus apóstoles y discípulos”. Como apunta el profesor Carriquiry en este artículo, “sólo aquellos que viven con gratitud y alegría la verdad y la belleza de ser cristianos, se harán de verdad protagonistas de una nueva vida dentro del mundo”.
Porque la fe aporta una experiencia de cambio y una inteligencia global sobre la vida, “una nueva modalidad de mirar, discernir y enfrentar toda realidad”, que impregna todas las dimensiones de la vida social. Un católico sólo podrá aportar originalidad a la vida pública y social si se asienta sobre esta novedad e inteligencia de la fe.
La identidad católica del laico comprometido se desarrolla en su propia libertad, iniciativa y responsabilidad, respondiendo a la vez a la autonomía de la vida civil y a la consistencia de la identidad personal, convirtiendo al cristiano comprometido en la política en testigo de Cristo en este ámbito. Ese es el reto que propone el profesor Carriquiry.
El político cristiano debe saber que “el compromiso político requiere una dedicación apasionada, pero al mismo tiempo (debe saber) también que la política no es todo ni la cosa principal”, testimoniando que todo cambio verdadero comienza en el corazón de la persona.
Adicionalmente, se pregunta el profesor si las enseñanzas sociales de la Iglesia están presentes en los itinerarios formativos de la catequesis y de la formación de los laicos, y si se está dando el adecuado acompañamiento pastoral a aquellos que intentan poner estas enseñanzas en práctica. Hay que pedir a los pastores que conozcan mejor a sus fieles que, inmersos en estos trabajos, tienen muchas veces la sensación de quedar abandonados a su suerte, sin más orientación y apoyo que unos apuntes doctrinales de carácter muy general.
Toda la comunidad cristiana debe arropar a los fieles ocupados en estas tareas, con cercanía personal, amistad y comunión. Si no es así, apunta Carriquiry, será muy difícil perseverar en una vocación cristiana en la política.
Finalmente, el profesor apunta el problema de la pluralidad política. Los principios fundamentales de la doctrina cristiana conviven con muchas opciones de tipo secular que puede llevar a diversos cristianos, todos coherentes con su fe, a opciones políticas diversas. El cristiano se encontrará en una tensión entre la unidad de la fe y la diversidad de las soluciones políticas. Entre políticos católicos debe prevalecer la unidad de la fe, por ser más importante que la divergencia política. Por otro lado, hay principios innegociables para un cristiano, que afectan a su identidad propia y a los que no puede renunciar.
En resumen, un sugerente artículo, especialmente oportuno en las circunstancias actuales.